domingo, 15 de mayo de 2016

CAMINOS PARALELOS


Muchas veces puedes estar bastantes años cerca de otra persona, incluso compartiendo parte de tu vida, y no llegar nunca a reconocerte en ella. Esto sucede sobre todo porque los respectivos caminos avanzan paralelos y jamás se cruzan. Por eso conocemos a mucha gente desde tiempo inmemorial con la que, con cierto estupor, comprobamos que el afecto, la amistad o la empatía apenas existe, así como a parejas con años de coexistencia, aparentemente bien avenidas, en las que, en realidad, predomina el maltrato físico o psíquico, o incluso el desprecio. Y ya sabemos que este es el reverso del amor, y no el odio. La explicación, como decimos, es bien sencilla: en sus caminos no hay intersecciones, ni puentes que los comuniquen, es decir, no figuran rutas perpendiculares que unan los trayectos, que aúnen los destinos. Conviven incluso, pero nunca se han encontrado.

Sin embargo, ocurre también en otras tantas ocasiones que conocemos a alguna persona que pronto conecta con nosotros, con la que apenas necesitamos tiempo para testarnos próximos, para identificarnos como cercanos, para confiarnos sin límites. Esto pasa porque, en este caso, ambos caminamos por el mismo sendero, por lo que el roce es lo habitual, y el abrazo el mejor atajo. Como asegura Coelho, estas vidas no se acercan a ti para que les abras puertas a las que nunca pudieron acercarse, porque la única puerta importante que quieren abrir es la de tu corazón. Con ellos compartimos momentos, nos tropezamos con frecuencia, y circunstancialmente hasta nos molestamos, pero no hay duda de que andamos en el mismo sentido y dirección, por la misma sirga. Con el tiempo, terminan por ser nuestros mejores amigos, nuestros amores más profundos, nuestros "amarillos" auténticos. Solo el ritmo con el que caminamos nos aleja o nos acerca a ellos,  algunos, aún sin conocernos, nos aguardan en la trocha, despejándonos parte de la maleza.

Sucede, finalmente, que a veces dos personas andan senderos paralelos durante mucho tiempo, no se tocan y apenas se ven, pero este paralelismo resulta engañoso, porque en realidad estas personas están destinadas a encontrarse, a reconocerse en algún instante de sus vidas. Las sendas que recorren separados son largas,  sinuosas tal vez, pero antes del final del trayecto un desvío -apenas garrapateado en el mapa- las une, o todavía a mitad del mismo los caminos se cruzan. O simplemente lo que pasa es que las dos almas, sin saberlo, sin advertirlo siquiera, seguían un destino común, por lo que en un determinado momento sus trayectorias se solapan. Y un día, una palabra propicia, una mirada insospechada o un encuentro fortuito nos descubre al otro en su verdadera dimensión y acaba por enganchar las vías. Son amistades o amores que nos sorprenden, porque parecían surcar mares lejanos, rutas en apariencia divergentes, pero realmente solo necesitaban de un puente, de un puerto común para proyectarse, para acompañarse, para enamorarse quizás.
* De La posada de los secretos (Balnea, 2014)

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